Hola

Me dicen Rialenga, but you can call me R. They call me “Rialenga” because I roam, like a wild child, or a stray dog. Since a child, I’ve been restless and called by the vastness and natural beauty of this world.

I grew up traveling and exploring, bound to no sense of time and location. I was raised on a horse, amongst the tall grass of la República Dominicana. I was also raised in salt water, swayed by the ocean waves and by the awe invoking scenery of coral reefs. I made friends with goats, guinea hens, cows, spent countless hours observing tadpoles grow tiny legs, getting lost in my familys’ rice fields and Cacao forests, and captivated by how rays of light caress the intricacies spider webs. My mother taught me to love and the names of all the plants, and creatures of the island. My dad instilled in me a love for reading, and books. Both of them taught me how to roam.

On my adventures, I would encounter all sorts of rituals, narratives, prominent superstitions and customs that have been well preserved in the rural fields that had been overlooked by time, and had gone nearly extinct in the city.

My art practice takes root in Dominican folklore, Caribbean landscapes, dream centered narratives. I explore and dissect stories, dreams and legends that have been passed down through storytelling by family members and the townsfolk. My work is an exploration of my own sense of self and how my multi-cultural background, family mythology, traditions, superstitions and childhood memories are coiled into a relationship of appreciation of the natural world that surrounds me.

I use printmaking, painting, sculpture, and 35mm photography, fused with significant childhood and family customs like embroidery, watercolor, and traditional beading to create surreal imagery to create shrines to these chronicles.

@rialenga

Photos by Meaghan Sutton

Hola

La deformación popular de Rialenga proviene de “realenga” o ‘viralata’, que es como comúnmente se le dice en mi isla, y se refiere a un ser sin dueño, con rumbo a cualquier lado que le llame, sin nada que lo ate.
Me dicen Rialenga, porque me gusta pasear y desde niña vengo paseando.

Me criaron al lomo de un caballo, entre la pangola del campo de la República Dominicana. También me criaron en agua salada, mecida entre las olas acompañada por los arrecifes de coral. Cultivé amistades con chivos, guineas, y vacas, crecí maroteando y monteando, observando los renacuajos en las charcas, y admirando como se refleja la luz en las obras maestras de las telarañas. Mi madre me enseñó los nombres de las plantas y criaturas de mi isla, y mi padre facilitó mi amor por la lectura y cuentos desde una temprana edad. Ambos me enseñaron a andar, y gracias a esto me familiaricé de manera íntima con el folklore y las supersticiones de mi país.

Cabe destacar que en ambos lados de mi familia, hay muchos cuentistas. Gracias a esto, disfruto mucho tejer historias.

Cuento cuentos con xilogravuras, linograbados, grabados en cobre, acuarelas, gouache, óleo, barro, con bordados y textiles, y mi cámara de 35mm. Cuento cuentos para preservar, honrar, y recordar. Las historias son poderosas, nos unen y nos amparan. Estas historias me ayudan a entender mi existencia en este mundo, y también a sentirme un poquito más cerca a casa.  Paseo mucho por el resto del mundo, y nunca quiero olvidar de donde provengo.

Además, ¿A quién no le gusta dejarse entretener por un buen cuento?

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